jueves, 12 de abril de 2012

La santificación (Parte 4)


También se requiere comprender, el significado de las palabras en la Biblia; tal es el caso de la palabra: “perfecto”. En el Nuevo Testamento, se encuentra la perfección de los hijos de Dios. “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7.1). “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5.48). El sentido de esta palabra “perfecto”, indica realmente “madurez”, crecimiento espiritual, no perfección sin pecado. “…Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Génesis 6.9). Pero su embriaguez y vergüenza posterior; indica que no era perfecto y sin pecado (Génesis 9.20-27). Job es mencionado en las Escrituras, como perfecto y sin pecado. “Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1.1). Pero más tarde, Job dice lo siguiente: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42.6).

La madurez, depende de un crecimiento constante. Se puede mencionar que una manzana verde, está perfecta; para esa etapa de su desarrollo y aún no está madura. Es posible que pueda ocurrir lo mismo, con el fruto del Espíritu (Gálatas 5.22); que es perfecto en la vida de un cristiano, aunque no haya alcanzado su plena madurez. “…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;…” (Efesios 4.13).


Hay una cita en las Sagradas Escrituras, que ha causado múltiples malentendidos y es la siguiente: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3.9). Esto se aclara cuando se examinan los tiempos de los verbos, todos ellos están en tiempo presente; mientras que el apóstol Juan enseña, que el que es nacido de Dios, no practica el pecado. No es la experiencia usual, de su vida. Pecar, es lo usual en el pecador y lo inusual, es en el creyente.
  1. Acto completo o final.
La perfección sin pecado y el ser completamente santificado, aguardan el traslado de la Iglesia o después, en la Segunda Venida del Señor a la tierra, con Su Iglesia. En ese instante, el creyente será liberado del dominio de la carne. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3.20-21). “…para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1 Tesalonicenses 3.13).

Hemos sido salvados, del castigo por el pecado; estamos siendo salvados, del poder del pecado y seremos salvados, de la presencia del pecado. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3.2). Mientras tanto, debemos motivarnos. “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3.18). Al tener la esperanza de la Gloria del Señor, estaremos como contemplando en un espejo, lo que nos va a suceder. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.

  1. LOS MEDIOS DE LA SALVACIÓN.

Como sucede en las tantas fases, de la experiencia cristiana; existe un medio divino de santificación, como una intervención humana, por la otra parte.
  1. POR EL LADO DIVINO.
  1. La intervención del Padre. Es JEHOVÁ.
El Señor Jesús oró al Padre, por sus discípulos. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17). El apóstol Pablo oró al Padre. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5.23-24). El Padre reconoce la santidad del Señor Jesús, a favor de los creyentes. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;…” (1 Corintios 1.30).

La perfección del creyente, seguramente es una obra de gran importancia, para el Padre. “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hebreos 13.20-21). Esto puede evidenciarse, cuando el Padre recurre a medidas disciplinarias, que adelantan el proceso en la vida del cristiano. “Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12.9-10).
  1. La intervención del Hijo. Es el Señor JESUCRISTO.
Mediante el derramamiento, de Su propia sangre preciosa. “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10.10). “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta” (Hebreos 13.12). “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5.25-27).
  1. La intervención del Espíritu Santo. Como nuestro AYUDADOR.
El poder y la unción moradora del Espíritu Santo, es quizás, el agente más grande, que puede darnos la victoria sobre la carne. “…elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas” (1 Pedro 1.2). “…para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Romanos 15.16). “…porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8.13). “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5.17).

Las obras de la carne, están mencionadas en el Nuevo Testamento. “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5.19-21). Y en contraposición, se encuentra el fruto del Espíritu. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5.22-23).

Indiscutiblemente, es un contraste sorprendente. Cuán importante, es que cada cristiano, pueda aprender a vivir en el Señor Jesucristo; Él es la viña, que puede dar fruto, sobre la rama de Su propia vida. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15.4-5). El Espíritu Santo, es un maravilloso santificador. Cuando los creyentes han recibido la plenitud del Espíritu Santo, las cosas del mundo, pierden su interés o atractivo. Cuando el Espíritu Santo, ha llenado un corazón; realmente, existe muy poca afición, por aquello que desagrada a Dios. “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5.16).
  1. POR EL LADO HUMANO.
Sin duda alguna, Dios es quien santifica al creyente. Ningún ser humano, podrá hacerlo por sí mismo. El apóstol Pablo enseña: “…porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2.13). Por otra parte en las Sagradas Escrituras, se motiva al creyente a que reconozca, que nadie puede actuar por otro y que se requiere de su participación. “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios” (Levítico 20.7). “…porque entonces no la podían celebrar, por cuanto no había suficientes sacerdotes santificados, ni el pueblo se había reunido en Jerusalén (2 Crónicas 30.3). Ezequías encontró en la Ley, que Israel, debía celebrar la pascua, el primer mes de cada año; no lo estaban haciendo, así que el rey ordenó, que la celebración se mantuviera. Por no estar preparados los sacerdotes, les dio treinta días más, para que se santificaran. Josué 3.5; 2 Corintios 7.11; 2 Timoteo 2.20-21. ¿Qué puede hacer un creyente, para santificarse, limpiarse y purgarse? Puede emplear los medios que Dios ha provisto y colocado a su disposición; tomando la limpieza y santificación, que Dios ha puesto a su favor. ¿Cuáles son esos medios, que están a su disposición?
  1. La FE.
Es por la FE, que el creyente se apropia del poder de la sangre santificadora del Señor Jesucristo. “…para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26.18). “…y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones” (Hechos 15.9).
  1. La OBEDIENCIA a la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios, es un gran medio de santificación. “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15.3). “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17). “…para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,…” (Efesios 5.26). “…pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). Dejarse guiar por la Palabra de Dios, en caminar en luz. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119.105). De la única forma, en que la Palabra de Dios, se pueda convertir en un agente limpiador en nuestras vidas, es mediante la obediencia a ella. Esa obediencia, debemos colocarla nosotros.
  1. ENTREGAR el control de su vida, al Espíritu Santo.
La acción del Espíritu Santo, es obligar al creyente. Su mover, es mediante una rendición y una cesión de nuestro cuerpo a Él. Él es quien toma la Palabra y con su Gracia, hace claro el mensaje; persuadiendo al oyente, para que pueda obedecerle. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16.13).
  1. CONSAGRACION personal.
Con la experiencia inicial de la santificación, esta da a lugar en la conversión; entonces Dios separa al creyente, como a un instrumento escogido, para Su uso y Gloria. Cuando el creyente toma la decisión, de apartarse de las cosas del mundo y de la carne; se rinde a la perfecta voluntad de Dios, para su vida. Este creyente, ha reconocido y recibido al Señor Jesucristo, como su Salvador; por lo que ahora, entrega su vida, al que le es Rey y Señor personal. Aquí se consolida, el verdadero acto de santificación. “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” Romanos 12.1-2).

Esta rendición definitiva, a Dios; constituye la condición adecuada, para la santificación práctica. Esto involucra, entregar todo nuestro cuerpo a Su voluntad. “…ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6.13). “Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Romanos 6.19). “Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2.21).




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